lunes, 31 de enero de 2011

Pagafantas en rebajas

Te asomas. Entras. Calor. Desabrochas un botón. Miras. Te acercas. Tocas. Coges. Lo sueltas. Lo piensas. Esto sí. Esto mejor no. Empujón. Mirada de asco. Te lo quitan de las manos. Más calor. Otro botón menos. Coges todo. Te acercas al probador. Cola. Te das la vuelta. A la cola de pagar. Ya cambiarás lo que no te sirva. Te haces hueco. Te colocas. Sigue subiendo la temperatura. Te quitas el abrigo. Procuras que no caiga nada al suelo. Toca esperar. Observas. Y ahí está. Imberbe. Con ortodoncia. El pelo estilo ‘pinchanubes’. Escuálido. Con ese pantalón caído que cree que le hace interesante. Y las manos cargadas de ropa de mujer. De niña, más bien. De pie. Quieto. Aburrido pero sonriente. Parece solitario. Pero no. Está ella. Y ella. Ellas. Su amiga. Y la amiga de su amiga. Ésas que se van a pasar la mañana probándose trapitos y haciéndole cargar con todo. Él, amable y voluntarioso. Las mira reírse. Las espera a las puertas del probador durante horas. Pero no entra. No mira. No toca. Seguro que luego tiene que invitarlas a café. A las dos. Y probablemente piensa que ella se lo agradecerá con un beso. Pero no. Sólo habrá palmadita en la espalda. No se da cuenta. Pero así se empieza. Y se termina con el sello de ‘pagafantas’ en la frente. Y si no, mira delante. Un hombre maduro. Cargado de bolsas. Esperando en la cola mientras las mujeres de la casa queman la visa-oro. Ellas le van trayendo cada trapito que él va a pagar. Seguro que empezó acompañando a su señora y a la amiga de ésta. Puede que haya conseguido casarse con ella. Pero, ¿a qué precio? Sigue siendo un ingenuo…

En el fondo. Como todos. Y todas. No es exclusivo de ellos lo de 'hacer la cobra', el 'abrazo del koala', o el 'lémur'. Que se lo digan a La Celestina. Mucho ejercer de alcahueta, pero ésa era la primera ‘pagafantas’ de la historia. Seguro que se creía que Melibea iba a pasar de Calisto y ella iba a aprovechar el efecto rebote. Porque peor sería que quisiera tema con el criado Sempronio. Pero a ésta le pasó como ocurre en estos casos, que le soltaron un ‘contigo no, bicho’ en toda la cara. De manual. Aunque peor fue lo de Marco Antonio, que el pobre se metió en una guerra “por amor” a Cleopatra poniendo en peligro el Imperio Romano.

Y el chico imberbe, el que acompañaba a sus amigas, acabará jugándose su imperio por una niñita que terminará dándole un abrazo de koala y dejándolo con tres palmos de narices el día que le haga la cobra. ¡Pero piensa, chico! ¡Un poquito de sangre! No me seas un ‘benzema’ cualquiera. Al final, el pobre jovenzuelo, el ‘pinchanubes’, terminará yendo a las rebajas. Buscando lo que quede a última hora. Algo para no usar nunca. O para usarlo un par de veces y dejarlo en el armario impregnándose de olor a naftalina. Es decir, que acabará convirtiendo en ‘pagafantas’ a la primera que se le cruce para resarcirse del palo.

Y es que, aunque la mayoría no, hay quien aprende. Y le da la vuelta a la tortilla. Y pasa de ser un ‘pagafantas’ a ser la parte contraria. O aprovecharse de la situación, por si acaso pesca alguna ganga de última hora. Lo que hacían Bigotillo y Espinillo, vamos. En fin, un mundo por descubrir que Borja Cobeaga refleja muy bien en su película. Y, como él mismo escribió…
Todos hemos sido pagafantas alguna vez en nuestra vida. Hombres y mujeres. Hemos chocado contra un muro de comprensión y amistad cuando nosotros queríamos algo más. Ése es el argumento de mi película: hasta dónde nos humillamos para ver si cae algo. Es un tema interesante. Es dramático si lo vive uno mismo, pero visto desde fuera tiene mucha gracia.

1 comentario:

  1. Ser pagafantas es una manera de vivir.
    Ya si eres pagafantas y nihilista ya eres completito. ;))
    Gran post niña. Besos

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