domingo, 31 de octubre de 2010

Kierkegaard, Lewis Carroll y el miedo

A mediados del s.XIX, un danés que prácticamente acababa de estrenar la treintena escribió 'El concepto de la angustia'. Un tratado filosófico, petulante y de pretensión puramente literaria, que cayó en gracia entre los pensadores de la época. En él, el amigo Soren Kierkegaard (quien daría nombre, 165 años después, al hámster del amaneradísimo Fidel en uno de los capítulos de Aida), habló del debate interno, la lucha, la multiplicidad de caracteres, de individualidades. La angustia, como concepto, era no encontrarse. No saberse. No sentirse. Y lo que es peor aún (desde un punto de vista puramente formal), ni darse a encontrar, ni hacerse sentir.

Uno de los autores más reconocidos de nuestra literatura, Miguel de Unamuno (también filósofo, pero con reparos históricos heredados del eterno complejo de inferioridad que la letra hispánica ha arrastrado respecto a otras nacionalidades eruditas), se apropió de este concepto. Pero decidió darle otra significación, empaparlo de noventayochismo. Y en prácticamente todas y cada una de sus novelas, define a un personaje agónico, no tanto en cuanto a ese debate interior se refiere, sino en cuanto a la dolorosa e inapelable presencia atemporal de la muerte, del fin. El tiempo es lo único que pasa, y lo único que siempre juega en nuestra contra, pues al final de él, está la nada.

Unamuno, en 1936, se enfrentó mediante la palabra con nada menos que Millán Astray, uno de los generales más salvajes que acunó el fascismo, si es que se le puede llamar fascismo a ese conato de virilidad ulterior, a esa ebriedad poderosa. Unamuno abría con un discurso el ejercicio universitario en Salamanca (la ciudad que le vio morir), y terminó censurando un exabrupto famosísimo de Astray ("¡Muera la inteligencia!"), refugiado entre otros militares. Jose María Pemán, autor de los últimos versos atribuidos al himno español, salió en defensa del filósofo. Esa fue la angustia de Unamuno: enfrentarse a quien se valía del miedo para desvirtuar la razón, la obra, la creación. Y desconocía, por entonces, que sólo la perspectiva del tiempo le daría la razón.


Después, la angustia se fundiría con el miedo. Entró sin llamar a la puerta. El tempus fugit latino dejó paso al hilo musical escrito para instrumentos de percusión y cuerda raspada. Se perdió el concepto original de la angustia, pero la factoría Disney adaptó la paja onírica de Lewis Carroll, 'Alicia en el país de las maravillas' (1951), y todo volvió a su cauce. La angustia volvió a ser relatividad. Millán Astray murió tres años después de su estreno, y quizás en su dudoso honor, se celebra que el miedo tenga tantas y tan múltiples formas. Que no sólo la muerte sea la amenaza, sino que también lo sea el silencio. O, como en el caso de la novela nada infantil de Lewis Carroll, la potencial inocencia de quien se atreve a trascender su mundo, y adoptar tradiciones de otros países. Entre ellas, efectivamente, Halloween.

Artículo de @m_manero

5 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena Manu!
    No te conocía, pero después de esto, te seguiré de cerca.
    Muy buena la distinción entre angusta y miedo.
    Y... como dice Pilar, sí, das miedo.
    Enhorabuena otra vez.
    Un saludo

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  2. Enhorabuena.
    Otro valioso post-razón para seguirles a todos ustedes.

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  3. Me ha sorprendido el tema y el enfoque. Da gusto leer cosas que te agiten como lector. Enhorabuena.

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