miércoles, 22 de diciembre de 2010

El día que dejé de ser un niño



Exactamente hoy a las 13:25 hizo quince años que dejé de ser un niño. Por desgracia, no fue por culpa de una mujer (como yo había había imaginado, gracias a las engañosas enseñanzas de las series americanas) sino de una banda de malnacidos.
Aquel aciago veintidós de diciembre de 1995 nos dieron las vacaciones de Navidad. A priori, debían ser unas fiestas memorables. Con dieciséis años -en aquel ya extinto tercero de Bup-, crees que te vas a comer el mundo, piensas que esas fechas serán las últimas y opinas que debes exprimirlas a tope. Quizás simplemente deba de ser así. Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante, que diría Gil de Biedma.
En el recreo habíamos bebido champán y los curas nos dejaron salir antes de clase. Lógicamente, fuimos a celebrarlo; no nos había tocado la lotería pero ya éramos mayores. Hasta podíamos entrar en los pubs sin carné. Nos metimos en un pequeño y mítico bar con billar para continuar con aquella eterna mañana que prometía prolongarse hasta la noche.
Y, de repente, un ruido. Ese ruido. El Ruido. Y después, la incomprensión. Y más tarde, la indignación. Y el odio racional. El faulkneriano El Ruido y La Furia lo define a la perfección, pues la memoria es una zorra traicionera que miente; pero el dolor es real.
Supongo que entonces todos sentimos lo mismo: mis compañeros de partida de billar, la gente que se amontonaba en la plaza de la Estación de Matallana, aquellos que corrían calle de Renueva hacia arriba. Una bombona de butano, se rumoreaba. Llegamos a la confluencia entre las calles Ramón y Cajal y Renueva. Inmediatamente comprendimos que no, que aquello no era una bombona. Ante mis ojos, un Ford convertido en amasijo de hierros. Y, por desgracia, eso no era lo peor en de aquella escena dantesca. Ruido. Furia. Atentado. Asesinato. Puta mierda de vida.

Hoy confieso por primera vez que, desde entonces, casi todos los años he vuelto a ese maldito lugar cada veintidós de diciembre. Miro a mi alrededor y ya no veo lo que mis ojos me muestran sino las escenas y los sentimientos de entonces, trasladándome a aquella mañana en que no sé si me hice un hombre, pero está claro que dejé de ser un niño.

Pd: yo sólo dejé de ser un niño, pero desgraciadamente, otros dejaron de ser hijos para convertirse en huérfanos.

4 comentarios:

  1. Daniel González (@daniemalaga)23 de diciembre de 2010, 9:48

    Me has dejado sin palabras

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  2. Duro asunto... Yo estaba en Vitoria (en la Uni) cuando asesinaron a Fernando Buesa. Fue a unos 100 metros de la clase donde estábamos. En mi puta vida se me va a olvidar la columna de humo negro ni el agujero que dejó el coche bomba en el suelo.

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  3. Brutal. Sin palabras. Enhorabuena por compartir este post con todo.
    Gracias Iván!

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  4. 17 años después....... gracias mías y del resto

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