miércoles, 12 de enero de 2011

Nap kenbe! (por Lorenzo Herrero)


FIRMA INVITADA: Lorenzo Herrero


Tras un terremoto devastador donde perdieron la vida muchos de sus amigos y familiares ellos fueron los rostros más fotografiados del día. Sus caras eran la cara de la desesperación, de la desolación. Sus ojos nos interrogaban desde las páginas de los periódicos, desde nuestros televisores y nos hacían una pregunta que no fuimos capaces de responder ¿Por qué?. Han pasado 12 meses desde aquel trágico día. Desde aquellas Navidad que nada más irse les dejo la tragedia en forma de temblor, y ahora sus ojos no nos interrogan, simplemente esperan nuestra ayuda, porque tú puedes ser el rey mago que ellos siguen esperando. Un año que termina cebándose con ellos, con los más pobres, con los más indefensos en la forma de una epidemia de cólera.

El aspecto de Puerto Príncipe y Haití ya era hace unos años era de decadencia y caos.
Casas a medio construir paradas, hasta que algún familiar mande otra remesa. Sí esas remesas que mandan aquellos que tuvieron la posibilidad de salir de un país que se hundía y de los cuales muchas veces en nuestras ciudades hacemos mofa y befa. A veces lo único que pueden tener en proyecto, dentro de su terrenito, es sólo la silueta de su futura  vivienda; con ladrillos grises de cemento dibujan en el suelo lo que será la distribución de su nuevo hogar: dormitorios, baño, salón, cocina, como si fuera el trabajo de un arquitecto soñando, pensando, proyectando.

Coches con aspecto de haber sufrido un accidente hace años que milagrosamente aún se mueven mezclados con los últimos modelos 4x4 de los ricos de este país, los coches oficiales del gobierno y de la cooperación internacional.
Calles sin aceras, a veces hasta sin calle, siempre estrechas, sin señalizar y casi todas de un doble sentido imposible que sólo la pericia de los chóferes las convierten mágicamente por segundos en avenidas.

Un caos ordenado, un orden en caos. Muchos habréis usado esta paradoja literaria para referiros a vuestra habitación cuando vuestras madres querían hacer limpieza en ella.  En Haití ocurre lo mismo, los haitianos saben dónde está todo; algún que otro cartel de salones de peluquería o de casas de apuestas -la eterna esperanza de los pobres- son mayoría frente a los carteles que anuncian depósitos de bebidas u otros pequeños comercios. Pocas señales, algún escaparate sin luminosos (no hay luz) y sobre todo las muestras de todo lo que venden  colgado de muros algunos medio derruidos (desde pintura haitiana realizada por burdos copistas de hermosos originales y demás artesanía en hierro reciclado o en  madera que escasea, hasta ropa de segunda mano o con etiqueta, alfombrillas de coches, mosquiteras, cargadores, camisetas de la selección española de futbol y papel del váter… porque todo está en la calle. Las farmacias, las droguerías, librerías antiguas, el último modelo de vestido cuya marca no citaremos, donado por algún alma de buena voluntad del primer mundo y que acá se vende por dos o tres euros (al fin y al cabo el vestido no se puede comer). Todo está en la calle, los niños, los ancianos, los locos, las señoras, los jóvenes que escuchan música al lado del puesto de cd’s piratas con la buena música local (mejor que no lea esto la señora Sinde), salsa o alguna bachata Dominicana. La única tele que hay en toda la manzana acumula a su alrededor a 20 ó 30 curiosos, siempre alguno más cuando retransmiten algún partido de fútbol.

La diferencia física es que cada ciertos metros hay un montón de escombros, en cada manzana una casa  derruida (esto se multiplica por infinito en algunos barrios) y miles de refugios improvisados a base de maderas y plásticos en cada plaza, en cada esquina, en cada patio.
Todas las calles parecen  iguales y en cuanto se mueve un vendedor de una esquina seguramente perderás la referencia, estarás perdido. Ahora confundes la casa que está naciendo, creciendo despacio, con la que está muriendo, destinada a una demolición que tardará, con mucha suerte, otros tantos meses. El movimiento es muy lento y no deja de sorprender el descubrir que ha desaparecido en dos semanas un edificio de tres plantas en ruinas y que solo queda un solar lleno de cascotes al igual que sorprende cruzarte con alguna máquina excavadora. ¿Dónde están las excavadoras del mundo?.

Las calles están impracticables, muchas esquinas con el escombro que familias a base de maza, brazo y carretilla van amontonando y se convierten en embudos, taponando calles, convirtiendo en un sentido la vía que antes era de dos.
Hay otros detalles que se notan menos en un paseo por Puerto Príncipe y es la pena, el sufrimiento y el miedo que sobrellevan sus habitantes al haber vivido un terremoto en esta ciudad que soporta una superpoblación vergonzosa y una maraña constructiva que ningún funcionario se atrevió a controlar. ¡Ahora es tarde!  Por favor, qué no lo vuelva a ser.

Cada haitiano, cada haitiana puede contarnos una historia estremecedora de sus días y semanas tras el terremoto, ahora ya sí…; pasaron meses sin poder. Miles de historias que nos harían temblar y llorar. Historias de heridas, de cadáveres amontonados, de reencuentros, de desaparecidos, de salvaciones milagrosas y de deseo de haber muerto en lugar de su familia. En Haití, la muerte siempre ha caminado de la mano de la vida con brutal naturalidad pero ahora casi se han hecho una.
Tan acostumbrados a tener poco y aun así vivir, respirar, amar, llorar y compartir;  ducharse con el agua que cae del cielo (en ocasiones lluvia que la pobreza transforma en asesina) y a pensar obligatoriamente en el día a día. Cuando en Europa existen terapias de grupo que nos enseñan a vivir el presente, el “Ahora”, aquí se hace por obligación. Un pueblo castigado históricamente por desaprensivos adoradores del dinero y del poder. Un pueblo duro que se vuelve muy agresivo cuando se le manipula. ¿Quién puede culparles? Yo, no.


A través de la cooperación, son miles, miles de personas las que has llegado, las que aman este país e intentan apoyar, acompañar este proceso de reconstrucción, de renovación, de resurgimiento, de refundación, llámenlo como quieran. Pero han llegado mal organizados, sin experiencia previa, sin conocimiento de esta cultura, creyéndose salvadores del Mundo, duplicando trabajos, sustituyendo en ocasiones al protagonista que nunca dejará de ser este pueblo. ¡Cuánto nos queda por aprender! ¿Lo haremos? Está en manos de Dios, de la Vida, de nuestro compromiso, de la responsabilidad del gobierno, de los organismos internacionales, de las ong’s el hacer las cosas bien, o lo menos mal posible. ¿Seremos capaces? Yo confío en ello, por eso sigo aquí pero “Sólo Dios lo sabe - BonDie Kone”, como dicen por acá. Que no se apaguen los focos, que nosotros seguimos luchando. Nap kenbe!.

Artículo de Lorenzo Herrero 
(@loquepajque)

1 comentario:

  1. Me ha gustado muxo. El tema a pesar de ser tan crudo, está tratado con mucho tacto y solidaridad :)

    Enhorabuena por el artículo!.

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