jueves, 5 de abril de 2012

23 DE ENERO | LOS DOS ROSTROS DE UNA DEMOCRACIA

                                  Foto de Philippe Revelli del barrio popular de Caracas del 23 de enero



 A diferencia de cualquier fecha patria, la del 23 de Enero no tiene un significado unívoco en la mente del venezolano común. La historia dice que tal fecha responde a aquel jueves de 1958 cuando el entonces dictador Marcos Pérez Jiménez era derrocado para que Venezuela se estrenara como una democracia. Sin embargo, a la imagen de 23 de Enero, la mente del venezolano evoca ese barrio caraqueño sinónimo de caos, violencia e inseguridad.

Siempre ha sido una especie de termómetro político-social del país esa zona al norte de Caracas nacida en los años 50 con algunas edificaciones y viviendas que la entonces dictadura otorgó a la clase media y baja[1]. En 1989, fue uno de los primeros focos de disturbios e incidentes durante el Caracazo[2] y hoy, abril de 2012, es el ejemplo más representativo de la anarquía e impunidad con la que Venezuela convive a sol y sombra.

La leyenda habla de una barriada donde sólo sus habitantes y pocos más se atreven a entrar; de hecho, no entra siquiera la ley. Basta pensar que en semanas recientes, el Ministro de Seguridad Ciudadana dijo que se estaba estudiando la posibilidad de extender al 23 de Enero los operativos de seguridad que se llevan a cabo en el resto de la ciudad capital. Estudiando...

Y es que la ley común, esa de la Constitución Nacional, no incumbe la zona y sus casi 100.000 habitantes. Tampoco se rige por una única ley ya que cada sector del 23 de Enero está en manos de un colectivo que dice a sus moradores las reglas de convivencia. De todas estas agrupaciones, es el de La Piedrita la más significativa.

En la más pura definición, el Colectivo La Piedrita es un grupo (armado) que trabaja para garantizar el orden en la zona: ahí no hay delincuencia, venta de drogas o los escándalos típicos de un sector de los más escasos recursos de un país del tercer mundo. El colectivo también garantiza a sus habitantes operativos de venta de aceite, arroz, café o cualquier otro producto de esos que ni rastro hay en los comercios comunes; tratándose de un país azotado por la escasez de alimentos básicos, esto es una gran cosa.

Hasta aquí, pareciera estar todo en orden con una comunidad a la cual, de alguna manera, le es garantizado un mejor nivel de vida. El problema es que, a veces, las definiciones esconden matices que cambian la historia.

El aventurado que llegue a esa especie de pequeña plaza, que sirve de punto central de La Piedrita, es recibido por algún integrante del clan o por su mismísimo líder, Valentín Santana. Según el caso, aquellos que hagan los honores de casa mostrarán su lado frío pero amable o agresivo y violento, con ese aire de confianza característico de quien nada teme y está consciente de que tiene el poder. Si el huésped no se deja distraer notará el circuito de cámaras que vigilan la zona, altoparlantes que ponen al tanto de cualquier situación irregular (desde un desorden hasta algún extraño que se acerca) pero no se le escaparán de la vista las armas largas que llevan los miembros del grupo. Un sistema quizás demasiado organizado para tratarse de un grupo de bajos recursos, que inclusive cuenta con una página Facebook (!).

Pero comienzas a atar cabos cuando notas que las armas en poder del colectivo no son simples armas largas sino de guerra, de esas que deberían estar en mano sólo de la Fuerza Armada Nacional. Acto seguido, ellos mismos declaran abiertamente su apoyo al actual gobierno en virtud de las excelentes relaciones con los integrantes del mismo y que harán cualquier cosa por defender la “Revolución Bolivariana”, como el Presidente Chávez ha definido su proceso.


                                                Algún lugar de Venezuela, un 23 de enero de 1958


Luego miras a Valentín Santana caminando libremente por la zona, sin esconderse y te saltan a la mente las tres órdenes de captura por homicidio que pesan en su contra. Piensas en sus apariciones públicas, en las diferentes fotos con miembros del actual gobierno. Piensas cuando a principios de año, a través de las redes sociales, La Piedrita difundió las imágenes de algunos niños portando armas bélicas en lo que habría sido un acto conmemorativo del 23 de Enero (la fecha patria, no el barrio en sí) y, aunque el caso en sí es harina de otro costal, interesa aquellas fotografías de acto que retratan a Santana junto Diputado Robert Serra (militante del PSUV, partido del primer mandatario nacional).  Ya que en otras ocasiones, el líder del colectivo había retratado junto al ahora Alcalde de Caracas Jorge Rodríguez y Jacqueline Farías (ambos militantes del partido oficialista).

Es decir, no podemos hablar de un prófugo porque Santana nunca ha cambiado de residencia, todos sabes adonde hallarlo pero no existe el deseo real de capturarlo sino sólo la orden de captura, una declaración de intento de justicia que nadie quiere consumar o, quizás pensando maliciosamente, sea un deseo no explícito del propio gobierno el no apresar al líder de La Piedrita para no alterar las relaciones con una barriada cuyo apoyo ha sido vital a lo largo de los 13 años de mandato. Porque no viene directamente al caso pero no se puede obviar que presidente Chávez ejerce el derecho al voto en el 23 de Enero, que fue ahí donde se refugió cuando la intentona golpista de 2002.

El caso es que el 23 de Enero es una especie Far West 2.0 con los malos que usan las redes sociales para difundir la información, los papeles con la foto del forajido con la escrita “SE BUSCA” están sólo en las actas oficiales mientras éste por las calles, bares y demás locales con tranquilidad intimidando al más débil, si le place. Porque ya aclarábamos las sombras de eso de ser “grupo armado” y ahora vamos con las sombras sobre eso de garantizar el bienestar de los habitantes de la zona.

Cuando el colectivo hace ventas especiales de algún alimento, toda persona que decide beneficiarse de éste es grabada y retratada de manera de dejar récord de quién es parte de esto y, por ende, deberá someterse a las reglas. Es recibir comida y un poco de tranquilidad a cambio de atenerse a las reglas de un colectivo liderado por un asesino y que se apoya en las armas largas para mantener la calma.

Ciertamente, no todos los colectivos del 23 de Enero son armados. Hay algunos que se dedican mucho más al trabajo social, a hacer reparaciones en las áreas comunes de su zona de la manera más sana posible. Pero también es cierto que entre todos los colectivos no hay buenas relaciones y a los habitantes de una zona le puede estar prohibido el paso a otra, porque así decidieron “sus” líderes.

En caso de algún muerto como resultado de los enfrentamientos armados entre grupos a ningún extraño le es permitido el acceso; de hecho, ya pocos reporteros se atreven a acercarse y lo hacen sólo si el evento sucedió cerca de la zona central del barrio. No han sido pocas las veces en la que los periodistas que han acudido a la zona han sido privados de sus pertenencias y material de trabajo. También podría citar el caso de un reportero secuestrado que, mientras Santana le amenazaba con valerse de sus amistades con el gobierno, era apuntado en la espalda con arma de fuego y le tomaban fotos para dejar registro del colectivo. Pero de nada sirve citar casos cuando ni al sistema judicial de la mismísima República Bolivariana de Venezuela le interesan.

La realidad está a la vista: el 23 de Enero es un pequeño estado autónomo que sale de su ensimismamiento solo cuando su(s) regente(s) así lo decide(n). En el lejano 1958, Venezuela soñó con una democracia derrocando a un dictador y poder ser libre; medio siglo más tarde, esa democracia soñada sigue siendo eso, un sueño. Nunca una fecha fue tan contradictoria.


[1] Originalmente, se llamó “2 de diciembre” en conmemoración a la fecha del golpe en que el dictador Pérez Jiménez había derrocado el anterior gobierno para que luego, la primera presidencia democrática.
[2] Protestas del 27 y 28 de febrero de 1989 en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez que degeneraron en disturbios donde perdieron la vida centenares de personas (fuentes oficiales: 75 – 150, fuentes extraoficiales: 500 – 3000). 

1 comentario:

  1. Esta historia es la representación venezolana de la película 'Tropa de Elite'. Una historia desoladora. Saludos.

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