Comentaba la última vez lo mucho malo
y lo poco bueno que aportaba un sentimiento como la envidia a la sociedad y
cultura españolas. Ya Unamuno y Quevedo en sus años refirieron a esta relación
de términos en sus escritos, y qué decir de en la actualidad, cuando
periodistas y analistas se amparan en esta “tristeza o pesar del bien ajeno”
para dar cuenta de, y valga la redundancia, lo mucho malo y lo poco bueno que
está suscitando la actitud de los españoles en la economía nacional. Me
acusaban el mes pasado, en esa siempre ignorada pero importantísima sección de
comentarios, de lo “pretencioso” de mi anterior comparativa, y a cuyos matices
me remitiré a lo largo de esta colaboración lo más que pueda; no dudo de las
innumerables menciones bibliográficas o históricas, sean ellas fundadas, que
son necesarias a la hora de analizar la mentalidad de un país entero, sobre
todo viviendo en él casi 50 millones de habitantes, pero apelaré al sentido
común del lector, que es bien conocedor de su entorno y comunidad, para que
valore con mayor o menor criterio de lo que hablaré en los próximos párrafos.
El excepcionalismo americano es esa teoría por la cual
Estados Unidos es diferente a todos los otros países que pueblan este planeta y
que distingue a los estadounidenses como los más igualitarios, liberales,
individualistas y populistas del mercado global -porque qué es esto sino un gran
mercado de ideas y personas-. Sujetarse a este idealismo es tan hipócrita como
denominar a España un país en plena recuperación económica; pero por otro lado
sí es necesario extraer parte de este credo, de este American
Exceptionalism, para deducir el problema de fondo de nuestro país, aquél
que irremediablemente nos aleja del progreso. El individualismo en Estados
Unidos está fundado en las letras que suscriben su Constitución, en la burocracia
que se mueve por sus instituciones públicas y en los barrios de casas adosadas
de sus grandes ciudades; su modelo económico, social y cultural está tan
alejado del nuestro que en principio es difícil hacerse a la idea de cómo un
plan semejante puede adaptarse a nuestra península, pero basta con entender que
la meritocracia -entendida ésta como una idea, no como forma de gobierno- ha
funcionado antes; puede
que EEUU no pase por sus mejores días en cuanto a movilidad social o laboral,
pero cuando la crisis no arreciaba entre sus ciudadanos esos valores que
comentaba lograron que sus índices de cambio entre los estratos sociales fuera
altísimos y que las posibilidades de cumplir el American Dream se antojaran
como factibles.
En EEUU, el individualismo se pone de relieve tanto en los
microcosmos urbanos, donde
las relaciones interpersonales son muy ‘especiales’, como en los mismos
derechos constitucionales, aquellos por los cuales se tiende a favorecer al uno
en detrimento del todos, cuestión que en España es prácticamente contraria,
puesto que se tiende a reconocer la estupidez del ciudadano y a elegir por él,
excusándose siempre en la solidaridad social más ventajista -por algo pagamos
la sanidad del que fuma o bebe más de la cuenta-. Claro que en estos términos
nosotros tenemos bien arraigadas nuestras ideas y es excesivamente complejo
ponerse a cuestionarlas ahora, pero para algo estamos aquí escribiendo. Pero si
estos cambios todavía parecen demasiado utópicos y rebasan los límites que
estamos dispuestos a aceptar, también podemos valorar algunas de las máximas
que se proclaman al otro lado del charco: “Be
your own best friend”, “if you don’t look for yourself, no one else will”,
y un largo etcétera. La independencia familiar más temprana o el apego a la
ambición y el ‘soy el mejor que los demás y voy a demostrarlo’ son algunos de
los otros aspectos a pulir con mayor esmero de cara al futuro.
El problema de fondo, y cuestión de este artículo, es la
envidia que tenemos con respecto a aquel que logra independizarse y salir
airoso, aquel que lucha por su trabajo, se esfuerza y consigue un ascenso,
aquel que funda una empresa y funciona… en España quizá no podamos llegar a
hablar de una envidia candente y superficial, ni mucho menos de una envidia
sana, quizá debamos hablar de una falta de respeto al que sabe manejarse en las
esferas del individualismo, al que se desmarca del funcionariado clásico que
almuerza durante dos largas horas, al que se compenetra con el empresario que
le da trabajo, al que prepone las horas de trabajo a las airosas charlas
-cigarro en mano- a la puerta de la fábrica de turno. Los coches, casas o
trabajos de los demás no se miran con gestos de admiración, sino con repulsa e
incluso sospecha, pues lamentablemente el éxito ‘fácil’ -enchufes, manos
largas…- está muy a la orden del día. Hemos llegado a un punto en el que se
prefiere lo peor para el conciudadano, hemos llegado al ‘para ti no lo quiero’.
¿De verdad no queremos lo mejor para nuestro vecino? ¿No es mejor mirarse en
ellos y aprender?
Queda por ver cuánto estamos dispuestos a sacrificar por
avanzar hacia adelante -porque ahora mismo avanzamos hacia el lado contrario-,
pero hay que entender que el copia y pega, el entender a sociedades mucho más
prósperas a la nuestra y calcar sus métodos, no debe rechazarse, no deben darse
pasos en falso hacia la consecución de esas tentativas, debemos admitir los
errores y acarrear con las consecuencias de lo que significa cambiar a mejor.
La sociedad americana es una de tantas, pero a mí es la que más me gusta, ¿cómo
lo veis vosotros?
Discutible pero interesante post como el primero. De eso se trata, no? De convertir esto en un foro de debate. La sociedad americana americana también es una de mis preferidas pero sobre todo cuando tratas al individuo, base de la misma, que es optimista y emprendedor por principios. Sin embargo, como colectivo deja bastante que desear, supongo que como en todas las sociedades occidentales capitalistas que pretenden mantener su status quo desde su hipocresía universal.
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