Hasta hace unos meses yo
era un acérrimo defensor del libro de papel. Me parecía horroroso --hasta
contra natura— leer libros en un
plástico. Y me equivocaba, como en tantas cosas. Sin apenas reflexionar me
vienen a la mente muchos errores, algunos confesables y otros no: me equivoqué
cuando dije que nunca tendría un móvil o cuando afirmé que Messi se lesionaría
constantemente el resto de su carrera, pues era cristal. También se equivocaron
los de Decca Recording al no contratar a unos chicos porque la música de
guitarra era una moda o Carlos Barral al tener cinco semanas en su mesa un
libro que trataba de un pueblo y rechazarlo. Los chicos eran de Liverpool y el
pueblo era Macondo. También se equivocaron los copistas que criticaron en su
día el invento de Gutemberg, que supongo los habría.
Ahora soy un converso, como
Pablo de Tarso y desde que me compré un Kindle leo bastante más. Diría que el
doble; quizás el triple. Es cierto que esa experiencia estética de pasar las
páginas u oler el papel ha desaparecido. Quizás sea lo único que extraño, y lo
cierto es que no ha supuesto una caída del caballo muy dolorosa, a pesar de mis
prejuicios. Las ventajas, en cambio, se han multiplicado. Este aparato llamado
Kindle da la sensación de no ser electrónico. Incluso diría que es más libro
que electrónico por dos aspectos: en primer lugar porque lo de su batería es
algo colosal; por otro lado, estaba habituado a las pantallas retroiluminadas
(ordenador, teléfono móvil), que acaban cansando la vista. Sin embargo, la
tinta electrónica es más cercana a esa sensación tradicional de lectura. Con el
Kindle todo es mucho más directo. Yo suelo leer en la cama –a falta de algo
mejor—y ahora realizo algo que antes me era imposible de efectuar con pesados libros
de mil páginas. Totalmente en horizontal, sostengo el aparato con apenas dos
dedos y lo coloco sobre mí. No sé si me explico, pero es maravilloso.
Creo que noviembre de 2007
pasará a la Historia de la Literatura por el lanzamiento del Kindle. No ha sido
el primer lector electrónico, pero su vinculación al gigante Amazon ha
significado un punto de inflexión. Es fascinante tener toda tu biblioteca a un
par de clicks. Si Hobbes hubiera vivido en nuestros días llegaría a la conclusión
de que el hombre es vago por naturaleza. El hombre es un koala para el hombre.
El individuo de nuestra época quiere tenerlo todo a una pulsación de teclado (o
de pantalla), y disponer de, por ejemplo, ochenta libros con solamente dos
movimientos del dedo índice, es algo genial (no entraré aquí a valorar el
asunto de la piratería, que me preocupa mucho y era una de las causas de mi
rechazo). Con el libro electrónico se abre, pues, una nueva era en la
literatura. Amazon ya tiene una página donde nos dice cuáles son las citas más
destacadas de todos los libros, que también se pueden compartir en Twitter o
Facebook. Se me ocurre que sería muy enriquecedor conversar con otros lectores
en cada final de capítulo, acerca de si el comisario Hole capturará al asesino
en Petirrojo. Quizás se esté transformando la clásica experiencia
lectora. ¿Y cuál es el problema? Cada uno será libre de elegir. Me negué al
libro electrónico y me equivocaba (como quienes rechazaron a The Beatles y a
García Márquez). No quiero que me ocurra lo mismo con las nuevas formas de
leer.
me pasó lo mismo...
ResponderEliminarOtro más, desde que tengo el Kindle leo el triple, es una maravilla de invento.
ResponderEliminarMe parece estupendo, pero yo hubiera mencionado otras muchas ventajas: cambio tamaño de letra, anotaciones, busquédas, etc. Pero lo más importante es que Kindle te permite desplazarte con 3000 libros a tu alcance, sin los problemas físicos que los libros en papel nos crean. De todas formas, yo no he abandonado totalmente los libros en papel, entre otras cosas, porque algunos todavía no están en formato electrónico.
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