por Rachel Benz
Un gran sabio dijo una vez, no hay nada que
enseñar a alguien, solo hay que ayudarlo a descubrir lo que ya sabe desde
siempre.
El diseño de
las economías de la mayoría de naciones en las que reina el capitalismo, se sustenta
en la creencia de que “Tenemos que competir para poder sobrevivir”. Estamos
educados para producir, y para juzgar por lo realizado, y eso produce nuestra
infelicidad.
A veces
tenemos la sensación de que todo eso que nos contaban nuestros padres de “si
quieres llegar a ser alguien en la vida tendrás que estudiar” ha sido una gran
mentira.
Considero que
ese dogma que nos inculcaron, proviene de una generación que apenas había
tenido posibilidad de acceso a los estudios superiores o incluso medios. Cuando
veían a un ingeniero, abogado o médico de la época les parecía que eran seres
de otro planeta. Y entonces, cuando de repente accedemos al mundo laboral, y
esas ilusiones y proyectos que habías construido en tu mente, se tornan en
desprecio y nulo reconocimiento, el “batacazo” resulta descorazonador.
Esta
situación no es resultado directo del momento de crisis económica en la que nos
encontramos inmersos, que sin duda lo potencia, no es algo novedoso y que nos
pille por sorpresa.
Sin duda, la
educación en gran medida sea el problema de fondo de todas estas cuestiones. Y
ello debido a que valores como la dedicación al trabajo, el esfuerzo, la
capacidad de buscar motivaciones intrínsecas al margen de las extrínsecas para
desempeñar las labores del día a día, la capacidad de innovación, la libertad
de pensamiento deberían enseñarse junto con toda esa vorágine de asignaturas
troncales y obligatorias que imponen los actuales sistemas educativos.
Comparto con
vosotros una frase magistral de Isaiah Berlín: “Los valores, éticos, políticos, estéticos, no son algo objetivamente
dado, no son estrellas fijas de un firmamento platónico, eterno, inmutable, que
los hombres sólo pueden descubrir utilizando el método adecuado. Los valores
los engendra el yo humano creador. El hombre es, sobre todo, una criatura
dotada no sólo de razón sino de voluntad. La voluntad es la función creadora
del hombre.”
Llegados a
este punto, debemos plantearnos si es necesario un cambio de valores en la educación
escolar; ¿Qué valores deben predominar, los que vienen haciéndolo hasta este
momento, los cuales han ofrecido resultados poco satisfactorios, o deberíamos
prestar mayor atención a diferentes áreas como son la inteligencia
emocional y la empatía?
Se trata
pues, de fomentar la inteligencia social y no sólo la individual, hacer que
sirva para concatenar cerebros dispares y distintos, tomando buena nota de sus
diferencias étnicas, culturales y sociales.
La sociedad
occidental, caracterizada por ser la más avanzada, la del progreso, el
capitalismo y el consumo masivo, ha generado una cultura de empresa que coloca
la motivación de los empleados en el corazón de la productividad.
Si
pretendemos que las generaciones venideras hereden un mundo algo mejor del que
nosotros hemos conocido, debemos comenzar inmediatamente a cambiar esta
tendencia. En mi humilde opinión, esto puede llegar a lograrse fomentando entre
los más jóvenes las habilidades sociales, la competencia emocional, la
inteligencia emocional, el trabajo cooperativo, etc. Materias transversales
pero no reales en la práctica del sistema educativo. Enseñamos a nuestros hijos
a ser competitivos e individualistas en un mundo donde para avanzar es
necesaria la cooperación, las relaciones sociales y la autoestima. Todo esto
indica que nos estamos equivocando en algo.
El futuro se
construye ayer, hoy simplemente lo vivimos.
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